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Diferencia Monumental

Publicado: 2011-10-04

¿Sabe usted quién fue Walter Oyarce? Estoy seguro que una buena cantidad de lectores responderá sin problemas que sí, que se trata del hincha aliancista asesinado el domingo anterior en el Estadio Monumental. ¿Sabe usted quién es Romina? Quizás muchos acierten y recuerden que se trata de la niña de tres años que fue baleada cuando su padre sufrió un asalto, el año pasado. Es ocioso preguntar quién es Ciro Castillo, por supuesto.

¿Y quién sabe cuáles son los nombres de los tres niños muertos en Cajamarca? ¿Y de sus madres, padres, hermanitos, compañeros de colegio?

Los nombres de los fallecidos han sido mantenidos en reserva, y sólo se ha dado a conocer sus inciales: M.A.D.T., F.S.R.; y D.G.B. En general, me parece más correcto el tratamiento discreto, sin nombres ni sensacionalismos, cuando se trata de ciudadanos que han sufrido una tragedia y que merecen respeto y no amarillismo. Sin embargo, en este caso, este vacío de información demuestra la diferencia monumental que existe en la valoración de la vida (y de la muerte) de distintos peruanos: algunos merecen titulares durante meses, historias intimistas que muestren el lado más “humano” de la tragedia y “tweets” presidenciales; otros, sólo merecen unas discretas iniciales y ser la excusa de la oposición para interpelar a una ministra.

La discreción debería ser parte del tratamiento de todos estos casos. Pero si los afectados tienen rostro y nombre en un caso y sólo iniciales en otro, entonces no hablamos de discreción sino de hipocresía. Las iniciales de los niños de Redondo bien podrían haber sido NN, como las de los miles de desaparecidos que están enterrados en fosas comunes en todo el país desde la guerra interna. Total, a “nadie” le importa.

En este caso, todos los actores han dicho tácitamente “no me importa”. Los medios, por supuesto: basta comparar el número de titulares y los minutos al aire que ha tenido el “loco” David con la cobertura que han recibido los intoxicados de Cajamarca. Y no sólo la cantidad, sino la calidad: del asesinato en el Monumental se ha trabajado todo tipo de enfoques, desde los personales-intimistas hasta los psicológicos, pasando por los criminalísticos y los sociológicos. De las muertes en Redondo se ha hecho énfasis, sobretodo, en las versiones de la Ministra y de la oposición. El testimonio de la señora Marcela Roncal, abuela de uno de los fallecidos y quien preparó los alimentos, ha sido tomado en cuenta en la medida en que contradice la versión oficial, no para tejer una de esas historias sentimentales que tanto le gustan a la prensa.

Pero también ha dicho “no me importa” el Gobierno en su conjunto. No me refiero aquí solamente a la torpeza, también monumental, de Mocha García en su primera reacción pública. Es obvio que Mocha cometió, por lo menos, un error político muy grave al defender acríticamente un informe interno del PRONAA que le echaba la culpa al lado más débil de la pita, las madres de familia. Lo coherente en una experimentada defensora de los derechos humanos hubiera sido tomar ese informe estatal con pinzas y no asignar responsabilidades -al menos, en público- hasta que no se concluyeran investigaciones más profundas.

Pero no, no se trata de Mocha: se trata del conjunto del Gobierno, que -contrariamente a lo que uno esperaría de un equipo progresista que ganó las elecciones gracias al voto de los excluidos- se ha comportado como si estuviera afectado por la misma inercia e insensibilidad del resto del establishment. Lerner se hizo presente en el velorio de Walter Oyarce (¡muy bien!) pero no en el de los niños cajamarquinos. Ollanta le dedicó un tweet a la familia de Oyarce (¡qué bueno!) pero no a la de los intoxicados en Redondo. La actitud que ha tenido el Gobierno y la prioridad que le ha dado a este caso no pueden compararse ni con el asesinato en el Monumental, ni con el asalto a la familia del congresista Reggiardo...

Lo triste, y lo grave de esta constatación, es que este Gobierno existe precisamente gracias al voto de familias como las de los niños fallecidos en Cajamarca. O, mejor dicho: este Gobierno existe porque, a pesar de la opinión en contra de muchos limeños, de los grupos de poder y de los medios de comunicación, una mayoría de peruanos decidió levantar su voz para dejar de ser “ciudadanos de segunda categoría”.

Que ahora, con gestos de este tipo, el Gobierno vuelva a remarcar que hay muertos más importantes que otros, es lamentable y, encima, peligroso.

La izquierda -la que forma y la que no forma parte de este Gobierno- también ha tenido una reacción bastante tardía, por decir lo menos. En cualquier otro caso, una serie de organizaciones e instituciones no hubiera dejado de hacer pronunciamientos y de circular artículos analizando lo ocurrido, denunciando la “indolencia” del Estado y señalando el doble rasero que subsiste en el país a la hora de valorar las vidas y las muertes... En este caso, supongo que el temor de “golpear al Gobierno” y “hacerle el juego a la derecha” han pesado mucho, pero es un error.

El fujimorismo, por supuesto, no “pasa piola” por el solo hecho de haber presentado una interpelación... Muy por el contrario, la interpelación revela la intención de aprovechar políticamente la tragedia de Cajamarca. Los fujimoristas quieren ser ahora más drásticos de lo que fueron cuando 24 niños murieron intoxicados con pesticida al ingerir alimentos del PRONAA, durante su propio Gobierno. Ni qué decir que quieren ser drásticos ahora cuando pasaron por agua tibia la muerte de Javier Ríos Rojas, el niño asesinado en la masacre de Barrios Altos. Utilizar para su propio provecho la muerte de tres anónimos niños es, quizás, una de las peores maneras de decir "no me importa".


Escrito por

runa

Hace años mi chapa en la Internet es runa, es decir, "ser humano". También me llaman Paul E. Maquet. Treintitantos años. Intereses múltiples


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