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El rechazo a Conga no es cosa de unos cuantos radicales

Pinceladas de Cajamarca

Publicado: 2012-07-06

Después de haber estado 10 días en Cajamarca, siete de ellos de paro indefinido y tres en estado de emergencia, he podido sacar algunas conclusiones personales.

En primer lugar, que eso de “Conga no va” no es una consigna de un pequeño grupo de radicales, sino el clamor de un pueblo. De la parte técnica se puede discutir y volver a discutir, hacer peritajes oficiales y alternativos, cuestionar el proyecto o proponer mejoras, en fin. Pero al margen de lo técnico, mi sensación es que una proporción muy mayoritaria de cajamarquinos no quiere Conga y, sobretodo, no quiere Newmont.

Llegué el 26 de junio y lo primero que hice fue preguntarle al taxista que me llevó, “¿Y maestro, Conga va o Conga no va?”. Con la típica evasiva del castellano andino me respondió “No va, dicen”. “¿Y su familia está a favor o en contra, o hay opiniones divididas?”: “no, todos están en contra”. “¿Y por qué?”: “bueno, qué vamos a hacer sin agua pues, de qué nos va a servir el oro si no va a haber agua, no nos lo vamos a tomar pues. Y a Yanacocha ya no se le cree, el Gobierno tiene que obligarla a hacer las cosas bien”, concluyó dejando una puerta abierta.

Mientras tenía lugar esa conversación, estábamos escuchando Radio Líder, que tenía los teléfonos abiertos al público. De 10 llamadas que habrán entrado al aire durante el recorrido, no recuerdo ni una que dijera “Conga va”: todas, en diferentes tonos y con matices, rechazaban el proyecto o ponían en duda la palabra de la empresa y del Gobierno.

Esa fue la primera impresión. Pero al recorrer a pie las calles de la ciudad, esa sensación se fue reforzando. Podía verse por todas partes carteles de “Conga no va”, “Agua sí, oro no”, “Ollanta traidor”, “Newmont fuera de Cajamarca”. Pero esos carteles no eran impresos de manera uniforme, como si hubieran sido repartidos o pegados por una sola organización: estaban realizados de manera muy diversa, a mano, impresos en diversos tipos de letra, con faltas de ortografía, con frases ingeniosas como “Ollanta wachiturro, eres más terco que mi burro” o “Yanacocha: Cajamarca te regala las lagunas de oxidación”. Además, no estaban pegados de manera uniforme en las paredes, por el contrario: estaban en el carrito de la señora que vende ceviche, en el kiosko del señor que vende periódico, en la pizarra de la bodega, en la pizarra del cambista, dentro de la combi, en la ventana del taxi, en la parte posterior del mototaxi, en la tienda de manjarblanco y quesos, en la puerta principal del mercado central que estaba cerrado en apoyo al paro, en carros particulares de servicio técnico... Por las ventanas y balcones de innumerables casas de la ciudad sobresalían banderas con el lema “Conga no va”. Y cuando los ronderos marchaban por las calles, cosa que hacían diariamente desde el inicio del paro, los transeúntes en vez de rechazarlos les aplaudían y les daban diversas muestras de apoyo.

Eso no es producto de una manipulación de alguna organización con fines políticos: la gente popular, la gente sencilla y trabajadora de Cajamarca, está en su mayoría en contra del proyecto. Al menos, esa es la sensación que me produjo recorrer la ciudad.

Más bien, las únicas manifestaciones a favor del proyecto eran claramente institucionales. Un afiche firmado por el famoso “Colectivo pot Cajamarca” estaba pegado de manera uniforme en diversas paredes de Cajamarca. También ví un par de afiches adicionales de otros frentes políticos. Pero quizás lo más notorio era la gigantesca valla publicitaria del Gobierno que se encuentra en dos entradas de la ciudad: en la que viene del Aeropuerto y en la que viene de Baños del Inca. El letrero dice: “El Estado garantiza una minería que promueva el desarrollo. Nueva minería, nuevas reglas”. Lo que a mi me llamó la atención es que eso constituye publicidad engañosa, pues hasta el momento no existe una sola “nueva regla” sobre minería, ni una ley, ni un reglamento ni nada.

Por otro lado, las pocas pintas callejeras que pude ver a favor del proyecto estaban hechas con spray en las paredes y aparentemente por la autoría de una o unas pocas manos. Y no necesariamente eran pintas que tuvieran la capacidad de hacer “clic” con los sentimientos de la mayoría: recuerdo una que decía “Conga sí va, serranos de mierda”. En cuanto a las pintas contra el proyecto, no encontré ninguna con ese nivel de violencia verbal.

Por supuesto, no estoy diciendo que el 100% de cajamarquinos esté contra el proyecto. Había matices diferentes, había gente que me dijo que el proyecto sí tenía que ir porque iba a dar trabajo y no faltaba el que decía que los que estaban en contra eran unos agitadores con fines políticos. Pero la sensación que me llevé tras preguntar una y otra y otra y otra vez es que una proporción grande de cajamarquinos, especialmente los de extracción más popular (transportistas, vendedores ambulantes, comerciantes, etc.) estaba en contra, y que aún quienes estaban a favor tendían a mostrar desconfianza hacia la empresa y a pedir “mano firme” por parte del Estado.

Una segunda conclusión es que entre los principales argumentos populares para rechazar el proyecto Conga no solo están los políticos (“el neoliberalismo”, “la nueva Constitución”, la “empresa transnacional”) ni los redistributivos (“no nos llega la riqueza”, “no da trabajo a los de la zona”). No: hay una importante presencia de argumentos profundamente ecologistas y teñidos de un fuerte tinte religioso.

Recuerdo las declaraciones de uno de los manifestantes a la televisión local: “Esas lagunas las ha puesto Dios y no podemos permitir que las destruya el hombre”, “podemos morir, pero allá arriba nos van a juzgar por cómo defendimos lo que Dios ha creado”. También recuerdo que cuando se dictó el estado de emergencia, se realizó una vigilia por los muertos: cuando la Policía entró a disolver la “manifestación”, muchos de los participantes se tiraron al suelo para rezar. Otra postal memorable es la de los sacerdotes franciscanos, vestidos con esa suerte de túnica marrón y esa cuerda blanca en su cintura, discutiendo con los policías disfrazados de Robocop.

Sería un error pensar que esto es muestra de la influencia de Marco Arana en la protesta. Toda la organización social de Cajamarca está fuertemente influenciada, desde sus orígenes, por lo que se conoce como la Iglesia “progresista”. De hecho, me explicaron que incluso Goyo Santos es un rondero formado por la Iglesia y que fue catequista. Parece que todo esto tiene que ver con el período de monseñor Dammert, quien como obispo generó un enorme esfuerzo de acercamiento entre los espacios sociales y la Iglesia católica. Así pues, no es que Arana sea el “culpable” del matiz religioso de la protesta, sino que al contrario, él mismo es producto de un entorno social y religioso muy particular.

No estoy muy seguro de qué quiere decir esto, o si es algo positivo o negativo. Desde mi punto de vista, sería preferible un movimiento social más secularizado. Pero una cosa me queda clara: los manifestantes no están allí, enfrentando palos y balas, porque esperan algún beneficio económico o porque han sido manipulados con respecto a la cuestión de la cantidad de agua: muchos de ellos le otorgan un sentido trascendente a la existencia de las lagunas, en cierta forma vinculado a lo que la jerga ideológica llama “ecologismo profundo” que le otorga valor a los ecosistemas más allá de su utilidad para el ser humano. Es decir, no es tan fácil convencérlos de que las lagunas, bofedales y humedales pueden simplemente ser reemplazados por reservorios artificiales. Allí están funcionando criterios de valoración distintos.

Una tercera constatación es que en Cajamarca... ¡no hay agua! En la mayoría de zonas de la ciudad, el agua llega por horas. Por ejemplo, estuve en una casa donde me explicaron que el agua corriente se va a las 10 de la mañana. Nadie sabe dar una explicación “técnica” al asunto, pero ya todos están acostumbrados a vivir la escasez. Luego de más de 15 años de minería, y tras las imágenes del reservorio San José (construído por Yanacocha e inaugurado por Alan García) totalmente vacío, es muy difícil convencer a los cajamarquinos que Conga les garantiza “más agua”.

Una cuarta constatación es que el paro se venía realizando de manera totalmente pacífica. Durante los siete primeros días, del 26 de junio al 2 de julio, no tuve absolutamente ninguna dificultad en ningún sentido, y eso que había ido a la ciudad con motivos de turismo y personales, no periodísticos ni políticos. Los manifestantes se concentraban la mayor parte del tiempo en el atrio de la iglesia San Francisco, que los apoyaba incluso con una bandera verde izada en la cúpula principal. Dos o tres veces durante el día daban vueltas por la ciudad, gritando consignas. Algunos comercios, por ejemplo el mercado central, estaban cerrados en apoyo a la medida. El cartel en la puerta del mercado era elocuente: “Sin que nadie nos coaccione estamos unidos por un mismo objetivo: la defensa del agua”. Pero el resto de negocios funcionaba con total normalidad. Pude ir sin problema alguno a los principales destinos turísticos de la ciudad y de los alrededores, transitar libremente, en fin.

Así pues, el estado de emergencia en la provincia de Cajamarca era totalmente innecesario. En Celendín puede abrirse la discusión sobre los hechos violentos del lunes, la quema de una institución pública, el enfrentamiento con la policía. Pero en Cajamarca la protesta era firme y pacífica, y no había ninguna razón ni la más mínima excusa para la represión.

Una quinta constatación es que los policías destacados en Cajamarca responden a la mina. No sólo se trata de los buses con el logo de Yanacocha que los trasladan, ni de las camionetas propiedad de contratas de la empresa. Por si eso no bastara, tuvimos la confesión directa de un grupo de efectivos policiales traídos de El Callao que nos contaron que al día siguiente la mina los iba a llevar a pasear porque ya estaban “aburridos”. Todos en la ciudad saben eso, razón adicional para despertar el rechazo y la indignación.

Una sexta conclusión es que la actuación de la Policía ha sido desproporcionada y ha causado el rechazo generalizado de los residentes en Cajamarca, más allá de su posición política. Una conocida contó que, el primer día del estado de emergencia, cruzaba la plaza principal para hacer un trámite y un grupo de policías le empezó a golpear con sus palos mientras le gritaban “avanza perra”. Otro conocido afirmaba “yo soy de derecha y creo en el orden y las jerarquías, pero la policía se está comportando como una turba de salvajes, disparando a todo lo que se mueve y sin ningún respeto”. A una reportera de un canal de televisión local no solo le rompieron la cabeza, sino que también le robaron la cámara y el celular.

Es decir, todo el salvajismo que los manifestantes no habían demostrado durante sus 30 días de paro pacífico, nuestra Policía Nacional lo ha demostrado en tres días de estado de emergencia. La sensación que uno tiene al ver a los policías trasladarse en camionetas, vestidos de Robocop y listos para disparar sus armas, no es la sensación de las “fuerzas del orden” poniendo orden en una ciudad caótica, sino de un ejército de ocupación enviado para vejar y humillar a los cajamarquinos.

En estos pocos días de visita por Cajamarca, puedo decir que viví en carne propia lo que significa “inviabilidad social”. No estaría de más que Ollanta Humala se de una vuelta por allá.


Escrito por

runa

Hace años mi chapa en la Internet es runa, es decir, "ser humano". También me llaman Paul E. Maquet. Treintitantos años. Intereses múltiples


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