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El fujimorismo en el poder

Publicado: 2015-08-04

Muchos estamos alertas y preocupados por la posibilidad de que Keiko Fujimori regrese a Palacio, ya no como primera dama sino como presidenta. Mientras algunos ilusos y entusiastas de última hora hablan de un “aggiornamiento” en el fujimorismo, basta ver su actuación en el Congreso en estos últimos cuatro años para tener claro que sus discursos y prácticas, que su equipo y programa siguen siendo los mismos de siempre. Hay que decirlo con toda claridad: los 10 años de fujimorismo fueron un período de envilecimiento de la política y de lo público a niveles inimaginables, y afortunadamente conservamos los videos de la salita del SIN para ver una y otra vez cómo se manejaban las cosas en aquella época, con el aplauso de Martha Chávez y el silencio de Keiko. 

Dicho esto, el 30% de Keiko debe encender todas las alarmas y evitar el retorno del fujimorismo a Palacio es una tarea primordial para quienes luchamos por un país justo y democrático.

Pero para hacerlo, debemos ser capaces de responder a una pregunta elemental: ¿cómo es que se ha llegado a esta situación? ¿Cómo así es posible que el fujimorismo sea nuevamente una alternativa viable de gobierno luego de su colapso total el año 2000, con fugas, detenciones y postulación al senado japonés incluidas?

Parte de la respuesta tiene que ver con el hecho de que el fujimorismo YA volvió. De hecho, en buena medida nunca se fue. La llamada “transición” a la democracia falló, porque no significó el tránsito de un régimen a otro nuevo, sino la continuación de las líneas centrales del régimen fujimorista. Así, es dicha “transición” la que brindó el manto de legitimidad que permite al fujimorismo partidario tener la desvergonzada pretensión de retornar al poder. El lema de Fujimori en su local partidario de la avenida Colón reza “Soy arquitecto del Perú moderno”, y la mal llamada transición le da la razón: Fujimori es arquitecto del actual régimen político, económico y mediático, y sus sucesores no han hecho otra cosa que mantenerlo y eventualmente “aggiornarlo”.

Recuerdo las pregunta que se hacía Alberto Vergara hace un tiempo, en un artículo de elocuente título: “Alternancia sin alternativa: ¿un año de Humala o veinte años de un sistema?”:

“¿Cuántos ministros actuales de Ollanta Humala podrían haber sido ministros de Keiko Fujimori? Mi cálculo es que, de los 18, la mitad se ponía sin problemas el fajín frente a la niña de los ojos de Alberto. Pero entristezcamos la pregunta y formulémosla como en realidad importa: ¿en cuántos ministerios actuales se estaría haciendo algo sustancialmente distinto si hubiera ganado Keiko Fujimori? Ahí mi cálculo se reduce a dos, tal vez tres. O sea, la colérica, polarizada y emponzoñada campaña presidencial que sufrimos en 2011, ¿qué importancia tuvo?”

Humala es el más logrado ejemplo de “fujimorismo sin Fujimori”. De hecho, es casi casi un fujimorismo sin presidente, sin ministros, sin nada: es un régimen que camina en automático. No me refiero –como alguno podría pensar- únicamente al modelo económico. Con un autoritarismo perfectamente fujimorista, el gobierno de Humala ha intervenido gobiernos municipales, congelado cuentas de autoridades legítimas, encarcelado alcaldes y líderes sociales, matado ciudadanos en manifestaciones, sembrado pruebas, enviado Policías con nombres falsos y rostro cubierto a reprimir protestas sociales, hecho seguimiento a miles y miles de personas… ¿Necesitamos seguir enumerando? Si bien no se ha llegado a los extremos a los que llegó el fujimorismo, es evidente que el Estado actúa bajo la misma lógica brutal y autoritaria, sea quien sea ministro.

Sin la menor duda, podemos decir lo mismo en casi cualquier ámbito: la macroeconomía manejada por los ultraliberales, los ministerios manejados por los abogados de los grupos económicos (con anécdotas lamentables como la “Ley Coca Cola”), la geopolítica al servicio de los grandes intereses extrarregionales, la persistencia de y convivencia con un modelo mediático dominado por la mediocridad y el envilecimiento… Y si bien Martín Belaúnde y las obras inconclusas de Antalsis son un chiste al lado de la megacorrupción fujimorista, tampoco podemos decir que “la honestidad es la diferencia”.

Humala ha hecho dos o tres cosas que podrían diferenciarlo, pero de manera tan contradictoria y fragmentaria que no significan realmente casi nada. Por ejemplo, aprobó la Ley de Consulta, pero en la práctica todo sigue funcionando igual. Total, también Fujimori aprobó el Convenio 169 de la OIT.

Una de las cosas más increíbles es la insistencia de voceros oficiales y oficiosos de los grupos de poder en que Humala no ha hecho lo suficiente por "la inversión", cuando no ha hecho otra cosa que continuar y en muchos aspectos profundizar el modelo económico privatista y el modelo político autoritario.

En todo esto, Humala no tiene mérito ni demérito particular. Solo es un Alan García con menos floro. El APRA dio lecciones magistrales en lo que se refiere al Estado autoritario, la muerte de más de 200 ciudadanos en contextos de conflictos y represión, el modelo económico intocable al servicio de los grandes actores empresariales, los retrocesos en la descentralización, la corrupción galopante… El gobierno de Toledo, en tanto, tuvo una cortísima primavera en algunos sectores, pero en su conjunto puede ser leído –como él mismo lo prometió- como “el segundo piso del fujimorismo”. 

Esto es algo que ya ha pasado en otros países, cuando ofertas progresistas acabaron cumpliendo el programa de la derecha y preparando así el retorno de la misma: la gente prefiere el original y no la copia.

Así pues, es erróneo pensar que el posible retorno de Keiko a Palacio significaría el regreso del fujimorismo: el fujimorismo ya regresó, y un eventual triunfo de Keiko no sería otra cosa que el sello simbólico de ese proceso. Significaría cinco años más para que ese grupo partidario en particular haga sus fechorías mientras mantiene intacto el régimen del 93 (como han hecho los tres gobiernos electos que le sucedieron), y significaría una trágica reparación simbólica a través de las urnas para una dictadura que fue sentenciada a través del Poder Judicial. Pero sería eso: cerrar con broche de oro el largo ciclo de retorno del Estado fujimorista iniciado con la mal llamada “transición”.

Así pues, no se trata solo de impedir el retorno de los Fujimori a Palacio, sino de poner un punto final a este régimen.


Escrito por

runa

Hace años mi chapa en la Internet es runa, es decir, "ser humano". También me llaman Paul E. Maquet. Treintitantos años. Intereses múltiples


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